martes, julio 31, 2007
sábado, julio 28, 2007
Marcel Duchamp
jueves, julio 26, 2007
María Eva Duarte de Perón
domingo, julio 22, 2007
Intervalo de cinco minutos Francis Picabia
Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima... También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado... Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas...
sábado, julio 21, 2007
jueves, julio 19, 2007
miércoles, julio 18, 2007
Genocidio en Ruanda
sábado, julio 14, 2007
14 de Julio de 1789
jueves, julio 12, 2007
Neftalí Ricardo Reyes Basoalto
Abeja blanca zumbas —ebria de miel— en mi alma
y te tuerces en lentas espirales de humo.
Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres la última rosa.
Ah silenciosa!
Cierra tus ojos profundos.
Allí aletea la noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes ojos profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.
Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.
Ah silenciosa!
He aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.
El agua anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.
Ah silenciosa!
domingo, julio 08, 2007
Prioridades
La independencia bien entendida
José de San Martín sobre la necesidad de declarar la independencia
sábado, julio 07, 2007
Cazuza - Barão Vermelho
viernes, julio 06, 2007
Guy de Maupassant - El Barrilito
5 de Agosto de 1850
6 de Julio de 1893
Escritor Francés
Fue a ver al notario para consultarle aquello y el notario le aconsejó que aceptase la proposición de Chicot, exigiéndole doscientos cincuenta francos mensuales, porque la finca representaba un capital de sesenta mil francos.
-Si usted vive quince años -decía el notario-, él no habrá pagado más que cuarenta y cinco mil francos.
Se estremecía de gozo la vieja ante la perspectiva de doscientos cincuenta francos mensuales; pero desconfiaba, temía cosas imprevistas, engaños ocultos, y estuvo hasta la noche haciendo distintas objeciones, no decidiéndose resolver ni abandonar el asunto. Por fin hizo preparar la escritura y volvió a su casa como si hubiera bebido cuatro jarros de cidra nueva.
Cuando Chicot fue a saber la respuesta, ella se hizo rogar mucho, repitiendo que no se decidía y, en realidad, temerosa de que no accediera el posadero a dar los doscientos cincuenta francos. Pero como él insistía mucho, ella se resolvió a manifestar sus pretensiones.
Chicot, rechazándolas, trató de convencerla de que le quedaban aún muchos años de vida. La vieja lloriqueó.
-Ni cinco años me quedan. Ya tengo setenta y tres, y la salud muy quebrantada. La otra noche creí morirme.
Pero Chicot no se dejaba pescar.
-Vamos, vamos, vieja redomada. Está usted más fuerte que la torre de la iglesia. Usted ha de llegar a ciento diez años y me enterrará, seguramente.
Perdieron todo el día en discusiones, y como la vieja no cedió, al anochecer el posadero tuvo que resignarse a ofrecer los doscientos cincuenta francos mensuales.
Al día siguiente firmaron la escritura.
Transcurrieron tres años. La vieja estaba cada vez más robusta; no pasaba el tiempo por ella, y Chicot se desesperaba; le parecía pagar aquella renta durante medio siglo; creyéndose burlado y arruinado, iba de cuando en cuando a ver a su amiga, que lo recibía maliciosamente satisfecha del engaño, y Chicot no tardaba en subir a la tartana y alejarse al trote, murmurando:
-¿No reventarás, maldita vieja!
No sabía qué hacer. Hubiera querido estrangularla. Sentía contra ella un odio feroz, implacable.
Buscó medios.
Una tarde llegó a la finca satisfecho, frotándose las manos de gusto como la primera vez que fue a proponer el negocio.
Y después de haber hablado unos minutos, dijo:
-¿Por qué no va usted a comer conmigo cuando pasa por Epreville? Se murmura. Dicen que ya no somos amigos, y esto me duele. Por el gasto no ha de quedar, ni quiero que usted se abstenga por consideraciones tontas. Cuanto más coma usted, más gusto ha de darme; y que lo sepan los que hablan.
La vieja no se lo hizo repetir, y a los tres días, yendo al mercado con su carrito y su mozo, dejó el caballo en las cuadras de la posada de Chicot y se fue luego a comer con él, siendo servida como una reina; le dieron pollo y lo mejor que había en la casa para provocar su apetito; pero comió poco, porque desde la niñez estaba educada en una sobriedad absoluta, viviendo con sopas y pan untado con un poco de manteca. Chicot insistía, descorazonado. Ella no bebió vino ni quiso tomar café.
-¿Tampoco aceptará una copita de aguardiente?
-Sí; eso sí; no sabría negarme.
Y el posadero gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
-Rosalía, trae aguardiente del bueno, del superfino, de lo mejor.
La criada, compareciendo con una botella, sirvió dos vasos.
-Pruebe usted esto, señora -dijo Chicot- es una delicia.
La vieja bebía saboreando cada sorbo.
-Sí; es, en verdad, excelente.
No acababa de decirlo, cuando Chicot le llenaba de nuevo el vaso. Ella hizo intención de resistir, pero ya no había remedio, y lo paladeó con deleite.
Chicot quiso hacerle beber otro más, pero ella se negó. Él insistía:
-Esto es como la leche. Vea usted, yo bebo diez o doce copas, y nunca me da que sentir. Esto pasa como azúcar. Ni en el vientre, ni en la cabeza; nada: parece que se evapora en la lengua. Y no hay cosa mejor para la salud.
Como a la vieja le gustaba mucho, bebió un poco más.
Y Chicot, en un arranque de generosidad, exclamó:
-Vaya; para probar a todos que somos buenos amigos, voy a regalarle un barrilito.
La mujer se fue algo borracha. Y al día siguiente Chicot entró en el patio de la finca con su tartana, sacando luego de las bolsas un barrilito. Para demostrar que aquel aguardiente era como el del día anterior, pidió unas copitas y las llenaron tres veces.
Al despedirse, dijo:
-Ya lo sabe usted para cuando se acabe, me queda más en casa; no lo economizo. Tengo mucho gusto en obsequiarla.
Se subió a la tartana y se fue.
Volvió a los cuatro días. La vieja estaba en el umbral de la puerta cortando sopas de pan. Chicot sonrió, saludándola y acercándole con disimulo a la cara la nariz. Su propósito era saber cómo le olía la boca. Sintiendo el vaho del alcohol, se le alegró el semblante, y dijo:
-¿Quiere usted convidarme a una copita de aguardiente?
Y vaciaron dos o tres, como buenos amigos.
Pronto corrió por la comarca la noticia de que la señora Magloire abusaba del aguardiente, cayendo borracha con frecuencia, unas veces en la cocina, otras veces en el patio, y hasta en los caminos, habiendo sido necesario alguna vez llevarla a su casa, inmóvil como un cadáver.
Chicot ya no iba más a la finca, y cuando le hablaban de la señora Magloire, murmuraba con expresión de tristeza:
-¿No es una desdicha que a su edad haya tomado esas costumbres? Cuando uno es viejo, debe cuidarse. Esto acabará por darle un disgusto cualquier día.
Y así ocurrió. Al invierno siguiente murió la vieja después de las fiestas de navidad, habiendo caído borracha en la nieve.
Y al heredar la finca, Chicot exclamaba:
-Sin las borracheras, hubiera vivido lo menos diez años más
miércoles, julio 04, 2007
Astor Piazzolla
martes, julio 03, 2007
El rey lagarto
3 de Julio de 1971
Poeta, cantante.
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THE CRYSTAL SHIP (BARCO DE CRISTAL)
Antes de que te duermas dentro de la inconsciencia
Me encantaría tener otro beso
Otra intermitente oportunidad de éxtasis
Otro beso, otro beso.
Los días son brillantes y llenos de dolor
Enciérrame en tu gentil lluvia
Los tiempos que tu corrías eran demasiado dementes
Nos encontraremos otra vez, nos encontraremos otra vez.
Oh dime donde tu libertad descansa,
Las calles son campos que nunca mueren,
Envíame desde razones que
Tu preferirías llorar, yo preferiría volar.
El barco de cristal esta siendo llenado
Un millar de chicas, un millar de estímulos,
Un millar de maneras para gastar tu tiempo;
Cuando nosotros regresemos, yo dejare caer un rayo.
domingo, julio 01, 2007
Franz Kafka x 2
Una pequeña fábula
"Ay", dijo el ratón, "el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer".
"Sólamente tienes que cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.
La Partida
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fuí al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. El no sabía nada, y escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó: "¿A dónde va el patrón?" "No lo sé", le dije, "simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta". "¿Así que usted conoce su meta?", preguntó. "Sí", repliqué, "te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta".